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Francisco Igartua
Hace 5 años partió hacia la eternidad
“El ha dejado un camino trazado,
Y desde la eternidad nos invita a
caminarlo”.
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Cinco años se cumplen de la dolorosa ausencia del amigo y
maestro, un lustro que en la historia del periodismo son casi nada, pero que en
el recuerdo de quienes lo conocimos sigue representando una herida abierta
sujeta a reivindicación. Francisco Igartua Rovira falleció el 24 de marzo de
2004, tras mas de cinco décadas de contestataria presencia en el periodismo
peruano.
Quijote del Periodismo es quizás el mejor calificativo para
“Paco” Igartua, talentoso hombre de prensa que vivió entre dos centurias y que
ha dejado una huella, un ejemplo y una trayectoria que difícilmente se ha de
borrar. Revistero insigne y a tiempo completo, como se calificaba él mismo,
siempre se situó en el justo medio, en ese difícil equilibrio entre los de
arriba y los de abajo, entre los conservadores y los incendiarios, buscando la
reflexión y el consenso en torno a los destinos del Perú.
Heredero, devoto y amigo del ilustre panfletario Federico More,
lector de Miguel de Unamuno, respetuoso admirador de José Luís Bustamante y
Rivero, a quien llamó Patriarca de la Democracia, Igartua supo ser toda su vida
consecuente con estos insignes referentes: De More tomó la posta de un
periodismo punzante y apasionado, y como él probó también las amarguras del
destierro; de Unamuno aplicó su afán libertario, y su férrea defensa de las
libertades de opinión y de prensa. Del ilustre patricio mistiano, derrocado por
Odría en 1948, no solo tomó su prédica de luchar por un Perú distinto sino
también el pretexto para fundar “Oiga” su más fecunda y azarosa creación en el
periodismo nacional.
Como era previsible, el Oiga del 48 apenas si duró algunas
semanas, y es que era un panfleto, así había sido diseñado, una protesta
visceral frente al abuso y la prepotencia de una dictadura. Más tarde vinieron
otros “Oigas”, más centrados en su vocación indeclinable de periodista
político, pero al cabo de un tiempo también terminaron cerrados por el poder de
turno, pues era una revista que no se casaba con nadie, que no tenía otro
precio ni otra misión que el derecho del lector a saber la verdad.
En el interín dejó otro legado: la fundación de “Caretas”,
con la entonces inquieta y dinámica Doris Gibson, y cuya dirección periodística
detentó por muchos años. Era también este proyecto, desde el nombre mismo, una
protesta contra la dictadura de turno (los 50s de Odría), inspirándose en la
famosa “Caras y Caretas” de Buenos Aires, de la cual con aguda ironía solo tomó
la segunda parte, pues las libertades en el Perú estaban tan recortadas que
difícilmente podría entonces hablarse de “caras” sino solo de “caretas”.
Por su resistencia a parcializarse sectariamente con los
extremos, Igartua se ganó la animadversión de tirios y troyanos. La derecha lo
llamaba comunista, y los comunistas le llamaban entreguista, pese a que él
siempre se autocalificó como “de izquierda”. Fue adversario inflexible, pero
también amigo, de quienes desde otras trincheras le decían de todo, como Genaro
Carnero Checa, periodista comprometido con las ideas marxistas –fundador de una
también mítica revista política con el nombre del año en curso-.
Leámoslo de su propia pluma:
“Oiga es de izquierda porque, sin satanizar a nadie ni a nada
que no sea la corrupción y la inmoralidad, se siente al lado de los humildes,
de los necesitados, y no de los ricos; porque le repugna el dogma y propicia el
diálogo sin barreras; porque abomina cualquier inquisición; porque cree que no
hay mayor castigo para un pueblo que el mantenerlo en el oscurantismo, en la
sumisión a «verdades» administradas por una jefatura maniquea, omnisciente y
omnipotente; porque estima que no hay desarrollo popular sin libertad para
informarse, pensar, expresarse y elegir; porque no admite que los pueblos sean
como niños, pasibles de tutela. En otras palabras, Oiga se confía en lo que
dijo don Quijote, el caballero de la Triste Figura, a Sancho, su escudero,
ilusionado aspirante a gobernador de ínsulas: si alguna vez se ha de doblar la
vara de la justicia, que sea a favor del pobre, del desvalido, y no del
poderoso”.
En noviembre de 1974 fue deportado por expresar su protesta
contra la estatización de la prensa del régimen velasquista. No le animaban
rencores ni revanchas cuando años más tarde, al editar “Oiga78” explicaba:
“No era asunto de contener el proceso revolucionario -con el
que yo estaba y estoy de acuerdo porque el Perú se ahogaba en el inmovilismo-,
sino de enrumbarlo hacia la racionalidad, poniendo de lado la improvisación
infantil, el disparate de la ignorancia y el rencor y el odio, que ni son
revolucionarios ni tienen nada que ver con la ciencia económica”.
Es que así era de grande este caballero de pluma en ristre y
consecuente con sus ideas. El editorial de “Oiga” que escribió en la edición del
31 de Julio de 1990 tras asumir Fujimori la Presidencia de la República fue una
especie de profecía anunciada, al criticar su poco convincente proclama
anticorrupción y de apego a la ética, y su evidente vocación paternalista
proclive a sentirse “por encima del bien y del mal, dispensador de favores y
castigos. Es hacer del mandatario -el que recibe mandato- un emperador. Es la
negación de la democracia; es la quiebra de la institucionalidad”.
Su consecuente crítica a los crecientes atropellos fujimontesinistas,
sobre todo a raíz del autogolpe del 5 de Abril de 1992, determinaron que a la
larga “Oiga” sucumbiera abrumada por las deudas, especialmente tributarias. El
5 de setiembre de 1995 se produjo su cierre definitivo y el 16 de noviembre de
ese año transfirió los derechos de la marca Oiga a favor de terceros, a fin de
cancelar dichas deudas generadas por el acoso fujimontesinista y el pago de los
beneficios sociales de sus 60 trabajadores.
Ese era Francisco Igartua. Vio y dejo morir a su revista, su
máxima creación periodística, para no hacer sucumbir aquellos principios que
enarbolo por más de medio siglo de periodismo. El ha dejado un camino trazado,
Y desde la eternidad nos invita a caminarlo.